Tal y como está hoy el cine, cuando uno se anima a ver una película puede acontecer de todo. Además, desde que han nominado a Tom Hanks por hablar con una pelota -carente de toda trascendencia- y por hacer unos cuantos aspavientos en una isla, todo es posible. Afortunadamente las sorpresas se dan también a veces en el sentido contrario, y eso es lo que me sucedió el otro día con Billy Elliot, sin duda una de las mejoras películas que he visto en los últimos años.
Me gustan las películas que tocan la realidad, que alimentan el pensamiento, y en las que el sufrimiento o la muerte no son gratuitos. En este caso la realidad es historia. La situación que muestra la película como telón de fondo, la crisis minera de la época Thatcheriana, fue tan dura como se ve en la pantalla. Pero el problema minero es tan sólo el paisaje de la película. El hilo de la historia lo lleva el pequeño Billy, un niño que descubre su vocación al ballet y tiene que luchar contra su propia familia para llevar a cabo su sueño.
Creo que, de las batallas interiores que plantea la película, todos podemos beber. Por la edad, el niño me recordaba a algunos de mis alumnos, a los que enseño inglés. Me considero afortunado, por poder dar clases a domicilio a niños de distintas edades y acceder al mundo infantil de tú a tú, intentando comprender sus problemitas, sus conflictos existenciales y sus peleas familiares. En los niños veo potencial, inocencia, ganas de vivir. Y los que estamos alrededor somos colaboradores de ese potencial. Es bonito llegar a casas donde las cosas funcionan bien y los niños crecen en lo más profundo de su ser. Pero a veces también llego a casas de niños que son proyecciones de sus padres, que no tienen libertad, que están llenos de actividades extraescolares, y que se limitan a hacer lo que dicen sus padres.
Todos llevamos un niño dentro, como tantas veces hemos oído. Llevamos ilusión, inocencia, ganas de descubrir para qué estamos hechos e ilusión por vivirlo. Pero poco a poco, la vida nos va arrastrando de aquí para allá, nos zarandea y podemos acabar alejándonos de nuestra vocación. Todos tenemos un camino y nos toca descubrirlo. Existe un camino profesional, un camino afectivo, un camino de amor. Nadie ha sido arrojado a la existencia sin misión, sin sentido, como sugería Sartre. A los sartrerianos les diría que se lean el antídoto elaborado por Victor Franklin: el Hombre en busca de Sentido. Pero nos toca a nosotros luchar por descubrir el sentido, la misión, si nos dejan claro está. A veces desde pequeños, nuestros padres, porque no sabían hacerlo de otra manera, nos han ayudado como han podido a crecer interiormente. Mal que bien hemos llegado a la edad adulta con nuestros logros y deficiencias. Pero es bonito descubrir que igual que en lo externo siempre se está creciendo o cambiando, en lo interno también hay siempre esperanza. ¿Por qué una persona de 30, 40, 50, 60 ó 90 años no puede luchar para ser aquello a lo que está llamado? Nunca es tarde.
Las luchas de Billy Elliot son luchas por existir. Por desgracia en el mundo hay quien tiene que luchar por lo más precario: por comer, por sobrevivir. Pero deberíamos sentirnos muy afortunados cuando a nivel material se nos ha dado tanto. La mayoría de nosotros no hemos tenido que luchar por sobrevivir en nuestra infancia. Pero sí hemos tenido que luchar por existir, por ser nosotros mismos. Y esa pelea aún no ha acabado. Aún nos topamos día a día con insatisfacciones, llamadas a vivir un amor distintos, a vivir el trabajo con más alegría, afrontar los problemas mejor. El asunto es qué hacer con esas llamadas. Billy Eliot sentía una llamada hacia el arte. Y tuvo que sufrir la humillación de bailar entre chicas, de pasar por homosexual, de tener que gritar a su padre ¡bastardo!, etc. Pero al final, cuando uno lucha por lo que cree que merece la pena, el premio llega.
A mí está película me inspiró mucha fuerza. Fuerza a seguir buscando, a no conformarme con cualquier cosa, a conectarme con mi ser, con aquello que soy más profundamente; a intertar vivirlo y darme los medios para ponerlo en práctica. Fuerza para empeñarme en aquello que merezca la pena, y no perder el tiempo en historias que no van a ninguna parte.
Este niño bailarín nos da lecciones de los que son los combates interiores, que van más allá de la lucha por sobrevivir o por ganarse el pan –necesarias por otra parte-. Ojalá Billy inspire también en mucha gente ganas de vivir, de descubrir aquello para lo que están hechos y de invertirse a fondo en lo que crean que merece la pena.
Me gustan las películas que tocan la realidad, que alimentan el pensamiento, y en las que el sufrimiento o la muerte no son gratuitos. En este caso la realidad es historia. La situación que muestra la película como telón de fondo, la crisis minera de la época Thatcheriana, fue tan dura como se ve en la pantalla. Pero el problema minero es tan sólo el paisaje de la película. El hilo de la historia lo lleva el pequeño Billy, un niño que descubre su vocación al ballet y tiene que luchar contra su propia familia para llevar a cabo su sueño.
Creo que, de las batallas interiores que plantea la película, todos podemos beber. Por la edad, el niño me recordaba a algunos de mis alumnos, a los que enseño inglés. Me considero afortunado, por poder dar clases a domicilio a niños de distintas edades y acceder al mundo infantil de tú a tú, intentando comprender sus problemitas, sus conflictos existenciales y sus peleas familiares. En los niños veo potencial, inocencia, ganas de vivir. Y los que estamos alrededor somos colaboradores de ese potencial. Es bonito llegar a casas donde las cosas funcionan bien y los niños crecen en lo más profundo de su ser. Pero a veces también llego a casas de niños que son proyecciones de sus padres, que no tienen libertad, que están llenos de actividades extraescolares, y que se limitan a hacer lo que dicen sus padres.
Todos llevamos un niño dentro, como tantas veces hemos oído. Llevamos ilusión, inocencia, ganas de descubrir para qué estamos hechos e ilusión por vivirlo. Pero poco a poco, la vida nos va arrastrando de aquí para allá, nos zarandea y podemos acabar alejándonos de nuestra vocación. Todos tenemos un camino y nos toca descubrirlo. Existe un camino profesional, un camino afectivo, un camino de amor. Nadie ha sido arrojado a la existencia sin misión, sin sentido, como sugería Sartre. A los sartrerianos les diría que se lean el antídoto elaborado por Victor Franklin: el Hombre en busca de Sentido. Pero nos toca a nosotros luchar por descubrir el sentido, la misión, si nos dejan claro está. A veces desde pequeños, nuestros padres, porque no sabían hacerlo de otra manera, nos han ayudado como han podido a crecer interiormente. Mal que bien hemos llegado a la edad adulta con nuestros logros y deficiencias. Pero es bonito descubrir que igual que en lo externo siempre se está creciendo o cambiando, en lo interno también hay siempre esperanza. ¿Por qué una persona de 30, 40, 50, 60 ó 90 años no puede luchar para ser aquello a lo que está llamado? Nunca es tarde.
Las luchas de Billy Elliot son luchas por existir. Por desgracia en el mundo hay quien tiene que luchar por lo más precario: por comer, por sobrevivir. Pero deberíamos sentirnos muy afortunados cuando a nivel material se nos ha dado tanto. La mayoría de nosotros no hemos tenido que luchar por sobrevivir en nuestra infancia. Pero sí hemos tenido que luchar por existir, por ser nosotros mismos. Y esa pelea aún no ha acabado. Aún nos topamos día a día con insatisfacciones, llamadas a vivir un amor distintos, a vivir el trabajo con más alegría, afrontar los problemas mejor. El asunto es qué hacer con esas llamadas. Billy Eliot sentía una llamada hacia el arte. Y tuvo que sufrir la humillación de bailar entre chicas, de pasar por homosexual, de tener que gritar a su padre ¡bastardo!, etc. Pero al final, cuando uno lucha por lo que cree que merece la pena, el premio llega.
A mí está película me inspiró mucha fuerza. Fuerza a seguir buscando, a no conformarme con cualquier cosa, a conectarme con mi ser, con aquello que soy más profundamente; a intertar vivirlo y darme los medios para ponerlo en práctica. Fuerza para empeñarme en aquello que merezca la pena, y no perder el tiempo en historias que no van a ninguna parte.
Este niño bailarín nos da lecciones de los que son los combates interiores, que van más allá de la lucha por sobrevivir o por ganarse el pan –necesarias por otra parte-. Ojalá Billy inspire también en mucha gente ganas de vivir, de descubrir aquello para lo que están hechos y de invertirse a fondo en lo que crean que merece la pena.
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